Todavía recuerdo aquellas mañanas frias y húmedas, el aire vivo y frio acariciadome la cara. Me gusta mucho trabajar en el jardín cuando la naturaleza descansa. Aquellas mañanas fueron muy entretenidas y eran suficientes unos pocos minutos para entrar en calor. Había que arreglar el largo muro de piedra, marcar las zonas del jardín, quitar terrones, cavar el suelo y empezar a plantar.
Trazar las curvas fue el primer paso. Al principio, cuando todavía no se adivinaba mi intención, las formas marcadas en la finca se parecian mas a un bosquejo de un pintor extravagante que al trabajo de un jardinero con laya y azada. Son riesgos que hay que correr.
Para Moncho verme levantar hierba y colocar piedras en la finca, sin ninguna razón aparente, fue un sufrimiento. Para mi era imposible enseñarle sobre un papel lo que era el jardin en mi cabeza. “Non o vexo”, solia decirme todas las veces que intentaba explicarle mi proyecto. Es verdad que el milagro del crecimiento se escapa a nuestra intuición y adivinar lo que va ser en cuestion de años un jardín recien nacido requiere un gran esfuerzo de imaginación. “Sembrar” un jardin es un acto de confianza y esperanza.
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