Por fin alguna pequeña satisfacción. Era hora, después de varios años. Ya habían pasado cuatro primaveras (así debería expresarse la edad de un jardín). Pero aquel dia los volúmenes empezaron a definirse, por lo menos en algún sector del jardín. Las copas de los árboles cogían tridimensionalidad y la composición paisajística tomaba forma. Incluso los manzanos, que no he vuelto a mencionar, empezaban a formar copa. Lo habían aguantado todo: viento, corsos, sequía.
En la evolución de los jardines esta es una etapa clave. Durante esta fase un espacio ajardinado pasa de ser una caótica agrupación de plantas dispuestas sin ningún criterio aparente y sin ninguna relación entre ellas, a ser un conjunto donde cada elemento adquiere su propia función. Se establecen los niveles de vegetación y las jerarquías entre plantas.
Este momento es grandioso para mí, porque por fin empiezo a tener referencias concretas. Líneas y volúmenes que antes eran puramente imaginarias se hacen reales. Lo que antes estaba solo en mi imaginación ahora empieza a materializarse, lo que antes era un paisaje “plano” ahora tiene movimiento y profundidad. Las formas y los volúmenes de las plantas hacen que la mirada no vaya tan de prisa, sino que se detenga en los puntos de interés, que salte de un lugar a otro. Es solo un esbozo de la composición paisajística definitiva, pero es suficiente para hacernos una idea de la distribución espacial y para darnos cuenta de posibles errores.
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