Siempre me han fascinado las plantas que escogen para vivir los lugares mas extremos. Aquellas plantas que desafían la falta de nutrientes y la dureza de los agentes atmosféricos. En estos casos la naturaleza compone escenas donde el elemento orgánico (la planta) y el inorgánico (la roca) se funden, o mejor dicho, donde el elemento orgánico se impone a la cruda inorganicidad, dando lugar a un contraste que a mí, personalmente, me resulta emocionante.
A lo largo de los últimos años (prácticamente desde cuando dispongo de cámara digital) he coleccionado decenas de imágenes del sugestivo encuentro entre roca y planta y francamente me cuesta escoger entre ellas. Hay una imagen que, quizás, exprese de manera casi dramática la afirmación de la vida sobre la nada.
Se trata de una pequeña composición botánica entre lisas bolas de granito. Un brezo y una gramínea imponen el color a un fondo gris inexorable.
Y concluyendo (aunque prometo volver al tema) una que bien simboliza el desafío extremo. Una roseta aferrada, no se sabe como, a la exigua fisura de una roca viva y cortante.
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