Ese año, en el mes de Febrero cambié los Aster de sitio porque me parecía que estaban en una zona del jardín con muy poco sol.
El verano trascurrió caluroso y seco y los Aster en su nuevo emplazamiento no se desarrollaron muy a gusto, manifestándose un ataque de hongos que afeó bastante su follaje. A esto hay que añadir que no me molesté en pinzarlos, una operación imprescindible para compactar su crecimiento.
Me resignaba a ver unos Aster enfermizos y desgarbados, cuando hace un par de días, después de la primera lluvia abundante en varios meses, y a través de los rayos del sol que baja al horizonte los vi con esa luz.
Y ahora creo que quizás merezca la pena darles otra oportunidad para el año que viene.
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